Anderson Debernardi es un ciudadano residente en Perú y en los últimos años se ha convertido en uno de los artistas visionarios sobre la selva tropical más prolífico de la región. Nació el 12 de junio de 1968 en Orellana (Distrito de Vargas Guerra), un pequeño pueblo cerca del río Ucayali en la selva amazónica peruana.
Como muchos peruanos está en Lima (desde hace doce años), porque quiere velar por la educación de sus hijos, pero siempre regresa a su tierra donde ingiere su fuente de inspiración: el ayahuasca, un brebaje visionario que está compuesto por dos plantas: la liana y la chacruna. Un brebaje famoso en todo el mundo y descubierto por los indígenas amazónicos, que ha sido ingerido por el artista antes de que naciera. Su madre lo tenía con tres meses de gestación cuando lo ingirió. Ahora, Debernardi de 44 años tiene más de cincuenta experiencias bajo la ingesta de ayahuasca. Debernardi pinta los recuerdos de estas visiones; pinturas que este año lo han llevado a festivales psicodélicos como el Boom Festival en Portugal y al Congreso de Artistas Visionarios llamado Alchemeyez, en Hawaii, donde también ha sido invitado.
Todo comenzó cuando Andy, como le dicen sus amigos más íntimos, tenía 17 años y asistió al aniversario de la escuela Usko Ayar (Príncipe Espiritual en quechua). Un lugar gratuito en Pucallpa donde incitan, desde 1988 a la comprensión y respeto del medio ambiente a través del arte. Esta escuela fue fundada por su maestro Pablo Amaringo Shuña y por el amigo, mentor y manager de Andy, Luis Eduardo Luna.
Cerca de la escuela, Andy vio una casa muy linda al final de un puente y se acercó tanto a ella que llegó a tocar una de las pinturas de Amaringo –“¡No toques que está fresco!–, le gritó. Desde ahí, maestro y discípulo fueron inseparables durante siete años. Debernardi perteneció a la primera promoción de la escuela y ayudaba a pintar sobre los dibujos que su maestro ya había compuesto cuando la cantidad de comisiones o pedidos era demasiada, e incluso Debernardi se convirtió en profesor de la escuela. No podía tener mejor educador, pues Amaringo además de haber expuesto en dos de los museos más importantes del mundo: el MoMA de Nueva York y el Hermitage en San Petersburgo, su estilo, de “horror al vacío”, de pintar de forma diacrónica, con precisión en los detalles y colores vivos, habían influenciado ya a artistas alrededor del mundo.
“Pablo me influenció sobre todo en el aspecto visionario; cómo fusionaba la parte tradicional con la parte iconográfica; su escuela sembró en mí ciertos valores espirituales y morales importantes para este mundo de las visiones; él me dio la conexión con el mundo; me enseñó inglés; me enseñó a sobrevivir en esta carrera difícil.”
Pero Pablo jamás quiso que sus alumnos fueran artistas visionarios, sino artistas naturalistas. Él inculcaba en ellos la observación de la naturaleza, tanto en el aspecto físico como el ecológico. Los alumnos hacían excursiones a la selva y luego pintaban lo que recordaban. Decía que se tenía que pintar en el mismo orden en el que Dios había creado al mundo: primero la luz, luego las plantas, los animales, y al final, a las personas, comentó en una entrevista Luis Eduardo Luna. “Los alumnos también recibían clases de botánica e hidrología”, me cuenta Debernardi, “pero la parte técnica dependía del talento de cada uno. En la escuela educábamos nuestros ojos, mente y manos”.
La relación entre el Ayahuasca y Pablo Amaringo es una historia aparte y se puede leer y comprender en el libro llamado Ayahuasca Visions. The religious iconography of a peruvian shaman, escrito por Luis Eduardo Luna en 1991.
–¿Has tenido alguna mala experiencia con el Ayahuasca?– Sí, en el río Momón, en Iquitos. Esa experiencia marcó en mí una gran diferencia sobre el respeto que se debe tener por las plantas sagradas. Yo me creía un caballo de fuego e iba directo a tirarme del monte. Si no me agarraban, de seguro me tiraba. Tomé demasiada dosis de ayahuasca jactándome de que no me iba a hacer nada.
–¿Qué es lo que hace que un artista sea visionario?– Es plasmar esa parte del subconsciente que tenemos en nuestro interior. Es evocar todos tus orígenes como individuo dentro de este mundo natural que tenemos, pero también tenemos un mundo espiritual. Debemos entender que el ser humano por naturaleza es un hombre religioso. En todo los tiempos la humanidad está avocada a la búsqueda de sus orígenes y respeto a alguien. Y yo recurro a la parte shamánica con el fin de saber eso. Ser artista visionario es evocar todas esas tradiciones de los ancestros, en mi caso a través del ayahuasca, de los ancestros indígenas.
–¿Y el ayahuasca qué papel juega en todo esto?– El ayahuasca es un nexo, una planta que contiene sustancias motivadoras para el sistema nervioso, las cuales te permiten ver el pasado, el presente y el futuro. El cerebro tiene como un disco duro, donde se archiva toda la información y esta planta es un estimulante para que uno pueda encontrarse a sí mismo.
Así como Amaringo decidió pintar sus recuerdos con el ayahuasca por sugerencia de Luis Eduardo Luna en 1985, Debernardi recién a partir de 1995 cuando dejó Usko Ayar, decidió visitar el mundo del ayahuasca, también incentivado por Luna.
Para ese entonces, en 1999 Debernardi ya había expuesto como parte de la escuela Usko Ayar en la galería del Banco Wiese en Lima; ya había hecho varias individuales en Finlandia (entre ellas su obra más grande de 20 mts de largo realizada en La Casa Tropical del Jardín Botánico de Helsinki) y sus pinturas de paisajes selváticos y fauna hiperrealista ya eran conocidas en varios países alrededor del mundo.
“Pablo trabajaba con científicos antropólogos que estaban haciendo estudios sobre el ayahuasca. Todas esas amistades que él tuvo ahora son mis amistades. Ellos tienen mis trabajos y ellos me están sosteniendo.”
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