“Uno de los propósitos mágicos de la pintura es que actúa como un espejo trascendente, reflejando todas las partes de nuestro ser interior sutilmente tocando nuestra alma. El arte, a niveles relativos, es una experiencia emocional, y si no está solamente extrayendo desechos de nuestro inconsciente, entonces, ojalá, esté abriendo los canales de la superconciencia y dejando entrar algo de la luz cósmica”.
Nacido en Nueva York, Venosa fue transportado al mundo de las bellas artes en los últimos años 60, después de haber experimentado con drogas psicodélicas y de haber visto la obra de los realistas fantásticos - Ernst Fuchs y Mati Klarwein en particular - con ambos finalmente reunió y estudió . De su aprendizaje con Klarwein, Venosa dice: "¡Qué tiempo (otoño de 1970), que resultó ser! No sólo pude empezar con la técnica adecuada, sino que en varias ocasiones tuve a Jimi Hendrix, Miles Davis, Jackie Kennedy y al buen doctor Tim Leary mirando por encima de mi hombro para ver lo que estaba haciendo"
Venosa se trasladó a Europa a principios de los 70 de establecerse en el mediterráneo, en un pueblo célebre de Cataluña, Cadaqués, donde disfrutó de la honorable compañía del vecino Salvador Dalí con el cual hizo amistad, quien lo encomió paradójicamente, por su raudal de locura e imaginación. Venosa también disfrutó de las numerosas personalidades del mundo del arte y la literatura que gravitaban en ese mágico lugar.
"En 1982 - debido a una serie de comisiones, seducciones comerciales y un reconocimiento creciente de mi trabajo empecé a viajar a los EE.UU., dividiendo mi tiempo allí entre Nueva York y Boulder, Colorado. En comparación con los coloridos de Cadaqués y estridente actividad, Boulder parecía algo anoréxica. Pero la sirena del éxito, junto con la musa de Mammon, gemían una melodía seductora e irresistible en su promesa pero exigente en los cambios que se consideraban necesarios."
El espejismo del Mediterráneo tendría que dar paso al mundo más agresivo de América. En este nuevo mundo desplegó su arte.
Falleció en el 2011 dejando una de las más estimulantes obras de arte psicodélico del mundo: capaz de traer a esta realidad las imágenes de otras dimensiones, fieles reproducciones de los fractales encantados del DMT, de la ayahuasca, de la psilocibina o del LSD, su obra ocupa un lugar entrañable entre los más avezados psiconautas que reconocen en su óleos y en sus gráficas digitales los paisajes invisibles de su exploración mística. Le sobrevive su esposa, la también artista Martina Hoffman, cuya obra evoca una versión psicodélica del Divino Femenino.
Además de ser capaz de transmitir el esplendor y la rareza de las más profundas visiones provocadas por la ingesta de enteógenos, Venosa cruzó el umbral del arte chamánico con su mitología selvática y lo adaptó a la modernidad tecnológica con elementos futuristas, transhumanistas y extraterrestres, reflejos de la conciencia colectiva en aras de proyectarse holográficamente al hiperespacio.
“Mi próposito en el esquema de las cosas es actuar como traductor —en el lenguaje del color y las formas— de formas alienígenas y de ultramundo —arquitecturas y criaturas”.
Venosa agradecía a los psicodélicos por haberle despertado el don del arte:
“Quedan pocas dudas de que los estados alterados de conciencia pueden tener un profundo efecto en la calidad creativa y en la producción de un artista [...], [los psicodélicos] me han catapultado del estado más banal de conciencia hacia los niveles del auténtico Rey Solar y sus cámaras de luz.
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